Hay intenciones del todo loables que puede que no sean lo mejor para las personas queridas. O que los tiempos las hagan especialmente difíciles de realizar. O ambas cosas.
Volvía de ver a un cliente en Córdoba. El taxista que me tocó era un tipo callado que prefería oír la radio a hablar con su cliente. Y aunque me gusta charlar con las personas este silencio me permitió atender el programa. Era uno de esos a los que la gente llama para quejarse o contar anécdotas sobre un tema determinado y hoy era el paro.
Le tocó el turno a una señora de voz rotunda. Empezó relatando que tenía dos hijos a los que había animado a que terminaran sus estudios. Que tuvo que convencerles para que hicieran una carrera universitaria. Y que además les medio obligó a seguir un máster complementario tras la Universidad. Y que ahora lo que tienen que hacer es sacarse una oposición. Pero claro, decía la buena señora, ya casi no se convocan plazas. Y terminaba preguntándose que así las cosas ¿dónde coloco yo a mis hijos?
Comprendo la preocupación de esta madre. Quería lo mejor para sus hijos y se esforzó y sacrificó para facilitarles un buen futuro. Pero eché algo en falta: la voluntad de los propios hijos. Me los puedo imaginar. Tendrán ya sus veintimuchos años, con una madre que decide por ellos y que siguen en casa porque no hay trabajo que les permita emanciparse y, digámoslo todo, también están muy cómodos. Puede que sepan mucho de lo que han estudiado pero no tanto de la vida laboral real, de sus dificultades y exigencias. Pero, sobre todo, eché de menos en la intervención de la señora una referencia a una opción profesional distinta de la del funcionariado. Decía que habían echado muchos currículums y que casi nadie contestaba. Desde luego, ni se mencionó la posibilidad de crear empresas, ni de ser autónomos, ni de empezar algo propio. Lo que mamá quiere es dejar a sus hijos colocados en la Administración con un trabajo seguro y de por vida.
Hoy, siglo XXI, tenemos a dos agentes sociales que se llaman y comportan como a comienzos del siglo XX. Por un lado a la Patronal, nombre derivado de la palabra “patrono” y que significa “persona que emplea obreros”. Y por el otro lado están los Sindicatos, creados para defender a esos obreros de los abusos de sus patronos. Su definición está más actualizada (“asociación de trabajadores constituida para la defensa y promoción de intereses profesionales, económicos o sociales de sus miembros”). Pero a lo que voy: es una concepción basada en el enfrentamiento.
Entendamos una cosa: el enfrentamiento debe ser con el competidor y no interno. ¿Dentro de una empresa hay luchas por el poder? Claro que sí, como en cualquier organización humana. Ahora bien, no olvidemos nunca su primer objetivo: ganar dinero. Sin beneficios no hay empresa, ni empleo, ni riqueza, ni jefes ni empleados. Hay paro y escasez. ¿Por qué seguimos entonces en esta senda del conflicto?
Pues creo que por una mezcla de incapacidad y cobardía por parte de todos. Incapacidad de asumir nuevos retos, nuevas formas de trabajar, nuevos horizontes de gestión y distintas cotas de responsabilidad, Estamos ante la necesidad de contar con todos los recursos de la empresa para que esta consiga sus objetivos antes que la competencia. Es preciso poner en marcha formas de organización que atribuyan a todos sus miembros responsabilidad y participación en la marcha general.
¿Por qué seguir con el esquema de patrono o madre que busca lo mejor para sus empleados o hijos? ¿Qué tal si les exigimos más esfuerzo de reflexión seria sobre su futuro y al tiempo les damos la posibilidad de contribuir a ese futuro?
Y a esa madre le digo: enhorabuena por sus esfuerzos. Ya ha dado a sus hijos muchas herramientas para triunfar en la vida. Pero deje que ellos las usen y decidan dónde y cómo hacerlo. Es el futuro de ellos, no el suyo.
Imagen: Pablo Curras
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