El tipo de persona que creo más difícil de motivar es aquel que carece de ambición y, sobre todo, que no tiene proyectos personales. Porque sin ellos tampoco suele haber proyectos profesionales.
Hace años conocí en Tenerife a un individuo que era un consumado manipulador. Para lo bueno y para lo malo. Antes de abordar a alguien se informaba y, si no podía, durante los primeros momentos de la conversación buscaba la respuesta a la pregunta clave. En sus propias palabras era: ¿qué es lo que le da vidilla?
Porque ese es el meollo de la cuestión cuando hablamos de motivación. En el fondo es entender qué es lo que mueve a las personas a tomar decisiones en un sentido u otro y a ponerlas en práctica. Hay cientos de teorías más o menos fundamentadas respecto de cómo llegar a las personas. Con pequeños cambios derivados de la natural evolución de la sociedad sigue perfectamente vigente el libro de 1936 de Dale Carnegie “Cómo ganar amigos e influir en las personas”. Seguramente muchas de las técnicas que se explican nos parecerán hoy excesivamente zalameras y empalagosas; algo que no quita un ápice de validez al razonamiento de fondo. Si quieres que las personas hagan algo que tú quieres, lo primero es hacerles sentir que son personas con su propia vida, sus preocupaciones y sus ilusiones. Que tienen nombre propio y no son invisibles. Ni son un número más. Quien sepa reconocerlas y darles su sitio podrá acceder a su simpatía… y a su colaboración.
En el mundo de los Recursos Humanos la discusión sobre si el dinero es una motivación fundamental continúa. De un lado se afirma que desde luego que no es la más importante y que hay otras mucho más eficaces. La primera de ellas, el reconocimiento personal. Un poco en la línea de lo escrito anteriormente y al que solamente se le podría poner un pero: la situación de cada individuo. Nuestro viejo amigo Maslow lo dejaba claro en su famosa pirámide. Quien no tiene para comer poco se preocupa de ser famoso ni de recoger honores; lo que necesita ahora es comida y alojamiento. De poco le valdrá ser reconocido como el empleado de la semana.
Pero en este artículo quiero hablar de un condicionante fundamental en la motivación de las personas: si tienen o no un proyecto personal y profesional. Una idea-objetivo que trasciende la inmediatez del hoy y que se proyecta hacia el futuro como las cartas de navegación que usa el capitán de un barco al trazar su ruta. Un destino al que ir. Y digo esto porque creo que la persona más difícil de motivar profundamente es aquella que carece de ese proyecto personal.
¿Por qué? Pues porque tiene menos puntos de enganche. Hoy hay muchas menos referencias estables en nuestra vida. Dos ejemplos:
- el porcentaje de divorcios en España está en el 61% , lo que hace que una faceta humana muy importante para la mayoría y antaño estable ya no lo sea tanto; y
- el paro a fecha de hoy está en el 24 %, y el de los menores de 25 años está en un terrorífico 53%.
Ambos datos hablan de un negro panorama por lo que respecta a los planes estables a futuro. ¿Qué hacer? Pues sencillamente adaptarse y evolucionar. Necesitamos un metaplan que sobrevuele todas las inevitables incidencias que tendremos durante la vida. Dado que el trabajo para toda la vida desapareció hace tiempo, ahora se promociona eso que se llama la “Marca Personal”. El valor está en uno antes que en su entorno: lo que sabe hacer, lo que ha hecho, su objetivo profesional, sus cualificaciones. Incluso sus gustos personales, sus aficiones o las causas en las que participa como voluntario. En otras palabras, que hay que pensar más, tomar más decisiones y proyectar el pensamiento más hacia el futuro. Vales lo que eres.
La definición del plan profesional va completamente ligada al plan personal. O al revés. Es decir, que si yo quiero vivir de tal o cual manera debo tener unos ingresos de X o de Y, algo que se puede conseguir con profesiones o negocios determinados. Un asunto sobre el que cada uno tiene su percepción.
Al final, la necesidad de motivar tiene dos orígenes aunque una sola línea de actuación. Uno debe quererse y exigirse a sí mismo, animándose para seguir adelante con recompensas futuras: es la automotivación. Y cuando nos toca hacer que otras personas se muevan en el sentido que nosotros queremos, habrá que animarles de la misma forma que nos hemos animado a nosotros mismos.
¿Y cómo se hace esto? Ilusionando. Tal como lo dijo Antoine de Saint-Exupéry
Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho.
Imagen: Maurits Verbiest
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