Una vez más estamos cerrando un año… y abriendo otro nuevo.
Pero esta vez hay muchas cosas distintas. La mayoría de ellas, totalmente inesperadas cuando, en la Nochevieja pasada, brindábamos por un nuevo 2020 lleno de éxitos e ilusiones.
Pocas veces se ha dado una dinámica de cambio tan intensa como abrumadora y obligatoria. Hemos visto cómo pasábamos de dar la mano, dar besos y abrazar a un choca ese codo o a un “¿se me oye?” cuando conectamos la videoconferencia. De tener calles y espacios llenos de gente pasamos a tener que quedarnos en casa, a convertir en despacho la cocina o la mesa del salón, a echar de menos el café en nuestro bar favorito. Esta Navidad no hemos tenido las comidas o cenas de siempre. Las fiestas y celebraciones, en grupitos pequeños y con suerte.
Ese calor humano que tanto necesitan las personas se ha visto en buena medida sustituido por Zoom, Teams o Skype. Como medios de intercambio de información cumplen bien con su propósito; en lo que fracasan es en la transmisión de esas emociones que nos brinda la comprensión del lenguaje no verbal. En mis talleres online y video reuniones he echado muchísimo esta indispensable vertiente de la comunicación humana, la que nos hace seres realmente vivos sujetos de emociones y anhelos.
Muchas empresas, negocios y autónomos han echado el cierre. Cada día que pasa con las restricciones de movilidad necesarias para reducir la propagación del virus la situación económica empeora. En España, el medio remedio de los créditos ICO (que habrá que devolver algún día), avales, ERTEs y demás medidas temporales no consiguen más que ganar algo de tiempo para que la mayor parte posible de las PYMEs sobrevivan hasta que llegue cierta normalización de la mano de las vacunas. Esos negocios desaparecidos arrastran a la incertidumbre y a la necesidad a aquellas personas que dependían de ellos por ser su medio de vida.
A la hora de escribir estas líneas España ya lleva oficialmente más de 50.000 fallecidos (o cerca de 70.000 según varios estudios )
Una cifra a la que habría que añadir otro importante colectivo: el de los que sufren importantes efectos secundarios de la enfermedad y que ven limitada su actividad habitual.
MIREMOS LO QUE TENEMOS, EN VEZ DE LAMENTAR LO QUE PERDEMOS
Porque esta es la clave de la supervivencia: mirar adelante. Está bien dejarnos llevar un rato por lo perdido: luto por los fallecidos, tristeza -y deudas- por los negocios cerrados, la incertidumbre del paro, el bajón de ingresos. Es mentalmente necesario.
Lo que no debemos hacer es enrocarnos en ese lamento. Si no hemos muerto es que la vida sigue. Mañana volverá a salir el sol, a diciembre le sucederá enero, al invierno la primavera, y 2020 le sustituye 2021. A las actividades del pasado hay que encontrarles sustitutos para el presente y para el futuro.
Sé que es fácil decirlo y bastante más complicado hacerlo. Pero se puede, aunque solamente sea porque HAY que hacerlo. Hay que repensar el negocio , reevaluar en qué empleamos el tiempo, revisar nuestros objetivos.
PREPAREMOS NUESTRO FUTURO
Ya pasados el luto y las lamentaciones nos toca remangarnos en ponernos en marcha para construir el futuro.
En unos casos será posible introducir algunas modificaciones en lo que antes hacíamos; en otros lo que corresponde es un cambio completo de actividad. Cada uno evalúa su situación, revisa sus habilidades y conocimientos, hace inventario de sus medios materiales, visualiza en qué medida se puede apoyar en sus contactos, elabora un plan y trabaja por materializarlo.
Hay muchas más incertidumbres que certezas en el plano económico. Lo sé. Pero aprovechemos estas tremendas circunstancias para sacar lo mejor de nosotros mismos y reconstruir (o hacerlo por primera vez) nuestro futuro.
¿Cuándo? El mejor momento es ahora.
Ahora mismo.
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