Imaginemos que ya estamos en Agosto. Temporada altísima. Parece que todo Madrid, Sevilla, Barcelona y Bilbao han decidido ir al mismo sitio. Aunque el número de establecimientos de hostelería sube en consonancia con el progreso económico, no hay suficientes.
Todo está lleno en las horas punta: cafeterías a la hora del desayuno y la merienda, restaurantes y chiringuitos a la de la comida, y todo a la hora de la cena. Como todos sabemos, esto se traduce siempre en un peor servicio, en una peor imagen para el turista ocasional y de nivel que venga. Y un acaloramiento extra para los habituales.
Hasta los hoteles, los agentes mejor organizados de nuestro sector turístico, tienen el comedor lleno a la hora del desayuno y la Recepción al completo cuando se acercan las horas de llegadas y salidas de huéspedes.
Hay colas en las salidas y entradas de las ciudades coincidiendo con las quincenas clásicas de verano; Tráfico nos recuerda que se prevén varios millones de desplazamientos; hasta en los supermercados hay colas para reaprovisonar la nevera.
Si uno va unos días a una ciudad del interior, da gusto moverse. Apenas hay que esperar nada, y la ciudad se antoja más hermosa aún de como otras veces nos ha parecido. Siempre hay un amigo que afirma, y le creemos porque todos hemos estado algún verano de rodríguez, que trabajar en Agosto es casi tener vacaciones. La gran urbe normalmente nerviosa y hostil se vuelve tranquila y acogedora, ofreciendo espacio en todas partes: calles, taxis, cines, restaurantes (los que no estén cerrados, claro), hoteles, … todo un paraíso.
Una reflexión para muchos ámbitos de la vida, no solamente referidos al ocio y el turismo: ¿realmente necesitamos hacer todo a la vez? Aparte de las vacaciones de los niños, casi todo lo demás se podría flexibilizar. Dejando a un lado sectores que necesariamente deben funcionar con unos horarios exactos, no hay ninguna razón sostenible y racional que obligue a todos a estar en el trabajo a las 9.00. Casi todo empieza a esa hora, desde oficinas a colegios.
No nos quejemos por estar a la cola de la productividad en Europa. Necesariamente, estar presente en el trabajo muchas horas de modo habitual (que no es lo mismo que trabajar efectivamente) es malo. Malo para la eficacia laboral, malo para la vida personal, malo para el desarrollo de hobbies, malo para poder tener una buena vida social, y pésimo para la salud.
Debemos repensar nuestros esquemas organizativos. Cada vez más empresas admiten un horario flexible de entrada y salida, con un tiempo justo para comer ?que no equivale a dos horas-, y luego a casa a una hora razonable. O a donde uno quiera, pero no todos a la vez. ¿Y por qué hay que estar físicamente en la oficina todos los días? Si hay algo que nos sobra hoy eso es medios de comunicación.
Cuánto mejor funcionarían los negocios de ocio, turismo y restauración si vieran que sus horas de máxima afluencia se amplían, reduciendo la intensidad y mejorando sustancialmente la calidad en el servicio. Cuánto bien haríamos a nuestra primera industria si no fuera de excéntricos tomarse vacaciones en Octubre o Junio, atenuando así ese negativo pero lógico factor que es el de la estacionalidad.
Como tantas cosas, incluido algún chiste, esto es cuestión de organización. Elevémonos un momento sobre las urgencias del día a día para ver con perspectiva e imaginación lo que hacemos, cuestionándonos si es la mejor forma o si es como se ha hecho toda la vida.
Y esta última razón nunca ha sido la buena.
Imagen: Gatogrunge
[…] llegado a una situación en la que hay que repensar muchísimas cosas. A pesar de los grandes intereses creados por empresas y políticos para mantener las cosas como […]