“Si hoy es martes, esto es Bélgica”. Esta es la definición de lo que no hay que hacer si se desea conocer el mundo. Porque no es lo mismo viajar que ser transportado, ni disfrutar de la comida que alimentarse, ni escuchar equivale a oír. Disfrutemos de los sitios por los que pasamos, en vez de meramente pasar por ellos.
La invención del reloj y del calendario hicieron posible la organización de la Humanidad, su desarrollo económico y tecnológico. Fue una buena idea hasta que a alguien se le ocurrió el concepto paralelo de “productividad”, entendida como sacar más partido del tiempo, y se aplicó a todas las esferas de la vida. Hasta para quedar con esa chica que tanto nos gusta, o ver una película dándole compulsivamente al avance rápido en las partes que no parecen interesantes, o convirtiendo la vida social y familiar en un frenesí de complicada justificación.
Tanto correr hasta para comer hizo que en Italia, en 1989 y como respuesta a la inauguración del primer McDonald´s, naciera el movimiento “Slow Food”. En 2005 Carl Honoré, el gurú de este movimiento, publica su obra “Elogio de la lentitud”, en la que explica la filosofía de esta forma de pensar y actuar. De vivir y de entender la vida.
Este pensamiento fue calando en otros ámbitos, y cómo no llegó a los viajes. Nace así el concepto de “Slow Travel”, que es más un enfoque distinto del viaje que una forma de viajar. Se anima a las personas a disfrutar de lo que hacen, en este caso viajar, pudiendo así apreciar los detalles de los sitios que visitan. Es más una inmersión en el destino que un sobrevuelo de varios lugares. Es tomárselo con calma. No hay prisa. Ir a París y no apresurarse a los Campos Elíseos a ver de cerca la Torre Eiffel no es ninguna herejía turística si se opta por instalarse en un tranquilo hotel y, desde ahí, explorar las inmediaciones y hablar con las personas que viven y trabajan en ellas.
Pero el “Slow Travel” prefiere las ciudades pequeñas y los pueblos a las grandes concentraciones humanas. Prefiere los alojamientos rurales, y que el viaje se haga en tren, barco o coche pero sin abusar de las autopistas. Parando de vez en cuando para conocer por dónde vamos, y cómo va cambiando el paisaje campestre y humano mientras viajamos.
Otra faceta de este pensamiento se refiere al impacto medioambiental que dejamos. Que el hecho de que nos tomemos unas vacaciones no suponga un castigo para la atmósfera, ni para el consumo energético, ni para incrementar innecesariamente la producción de residuos y basuras. Como la idea es más bien instalarse típicamente una semana en un sitio agradable, ya no hay un uso intensivo de medios de transporte contaminantes. Paseos a pie, en bici, en tren o ir tranquilamente en coche a un lugar algo más alejado de nuestro alojamiento son las formas de moverse. Nada de ir corriendo a aeropuertos, a facturar, pasar por los controles de seguridad o torturas semejantes. ¿Hemos perdido el tren? Pues tomémonos un café tranquilamente hasta que pase el siguiente.
Cada tendencia de consumo es un mercado en ciernes. Pero hay que estar atento a las modas y nuevas ideas para ser de los primeros en ofrecer lo que se está empezando a demandar. Una perogrullada, pero es fascinante ver con cuánta frecuencia se olvida algo tan lógico.
Veamos unas reflexiones para aquellos que vean interesante adaptar su negocio a este movimiento “slow”:
- Tómeselo con calma antes de hacer nada. Hay que leer mucho para entender bien lo que realmente significa el “slow travel”, y los servicios que implica.
- Ponga en práctica lo aprendido, personalmente, para no ofrecer solamente teoría al cliente slow. Ofrézcale también experiencia personal.
- Sea auténtico: que su hotel, casa rural o restaurante respiren tranquilidad, para evitar que el cliente se vaya sintiéndose engañado por su publicidad y hable mal o peor de su establecimiento.
- Innove. Reenfoque algunos de sus servicios adaptándolos a la tranquilidad que ofrece. Sea flexible dentro de lo razonable.
- Cree una red de establecimientos “slow” complementarios al suyo que pueda recomendar a su cliente durante su estancia. De alquiler de bicicletas o bodegas de la zona, pero que estén en la misma onda y no defrauden las expectativas del cliente.
- Humanice la estancia. Llame al cliente por su nombre, y si le recomienda un bar dígale que es el bar de Manolo, o que pregunte por Paco el del picadero, o que vaya al horno de Mª Luisa y le pida ese bizcocho tan especial.
- Recicle. Y pida a sus clientes que lo hagan. Que no usen dos toallas cada día, ni abuse de la utilización de plásticos desechables no biodegradables.
- Energía, la justa. Si se anuncia como un establecimiento “slow”, no tenga todas las luces encendidas toda la noche para que se vea mejor. Utilice sistemas de ahorro energético y de agua. Sea coherente con lo que predica.
- Ofrezca información. Tenga al alcance de su visitante información no turística sobre las características de su zona: historia, costumbres, gastronomía, fiestas, especialidades, industrias, locales y sitios recomendables, por ejemplo.
Recordemos que el “slow travel” es conocer bien un sitio en muchos días, en vez de conocer muchos sitios superficialmente. Hay que hacer lo posible por enriquecer la estancia de nuestro viajero-cliente, quien a su vez hablará bien de nosotros a sus conocidos partícipes de la misma filosofía.
Despacio y con buena letra es como mejor llegará a este nuevo nicho de mercado, cuidando siempre de que la idea que el turista slow –muy exigente por otra parte con la autenticidad de las promesas que se le hagan– se vuelva a su casa más rico de lo que vino en conocimientos, amistades y sosiego.
Porque justo de eso se trata.
Imagen: agomezig
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