Una de las pocas cosas buenas de la crisis es que desaparece mucha decoración y se puede ver lo que hay en realidad. En las personas y en las empresas.
Andando por la orilla en bajamar me llegó la inspiración para este artículo. Se veían muchas cosas que con la marea más alta no se aprecian. Me refiero a lo que hay en el fondo. No tanto en la playa sino más bien en las rías es donde se ve lo incívicos que somos los humanos: todo lo que tiramos se ve ahora perfectamente.
Cuando se vacía el estanque del parque del Retiro de Madrid ver lo que hay en su fondo es un espectáculo en sí. Bancos hundidos (qué actual), barcos igualmente zozobrados (como tantas empresas e iniciativas), cosas que se perdieron por descuido (teléfonos móviles, relojes, cámaras, principios) y basura en general.
Hoy estamos obligados a contemplar el fondo de nuestro país, nuestra sociedad, nuestra economía y nuestra política. Vemos lo que antes las aguas de la riqueza a crédito tapaban. Vemos la corrupción, el egoísmo, la vanidad, los principios abandonados, la codicia, el oportunismo, la miopía mental de demasiados líderes y la incompetencia de tantos supuestos responsables.
De la misma forma que vemos las miserias también podemos disfrutar de lo mejor de las personas. Solidaridad, bondad, generosidad y humanidad pasan a ser más visibles que nunca. No sólo por lo necesarias que se han vuelto, sino también por lo antagónicas que nos parecen a las miserias de antes que consideramos responsables del estallido de esta crisis.
Una cosa parecida buscan los famosos stress test que Europa nos hace a cambio del camuflado rescate que nos ha brindado. Se simulan los peores escenarios en nuestras entidades bancarias para ver qué aflora y si su supervivencia se compromete. Se hacen bajar las aguas para ver lo que hay escondido en el fondo.
Como pasa con tantos españoles, no me gusta lo que en general veo. Contemplo cómo unos pocos se aprovechan sin escrúpulos de los más necesitados. Empresarios indignos de ese nombre que justifican los recortes con la crisis para que su personal trabaje más por menos. Al que no le guste se le enseña la puerta. Políticos que aprovechan la escasez material para vender programas que suenan bien pero cuyo realismo es discutible. Me molesta especialmente el derroche institucional: es como si el dinero público, el recaudado vía impuestos, se pudiera repartir libremente.
Los recursos que derrochamos eran enormes y ahora, con la marea baja, siguen siéndolo. La diferencia es que ahora ese desmadre se ve. Que hay muchas personas y empresas pasando dificultades que se sacrifican por seguir adelante, para las cuales esta desatinada gestión político-económica les supone un insulto. Y claro, salen con éxito los partidos de los legítimamente cabreados. ¿Por qué? Porque el ánimo de su fondo electoral está a la vista.
Qué sano sería hacernos todos de vez en cuando unas simulaciones de marea baja. Personas, familias, organizaciones, asociaciones, partidos, agentes sociales y empresas verían la boca del lobo a la que quizá estén llevando sus decisiones. Con suerte, alguien corregirá lo que no sea sostenible en el tiempo antes de que llegue la bajamar de verdad.
Esa que hoy sufrimos.
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